Todos los que gustamos de la poesía, sabemos que el haiku es una de las forma más hermosas de la literatura. Un género en el que la pequeñez no es directamente proporcional a la dificultad, sino, más bien, todo lo contrario. Su origen japonés lo impregna de una carga espiritual y filosófica muy importante que no es fácil colocar en unas cuantas palabras. El haiku, desde mi punto de vista, es casi como un símbolo si consideramos que, desde su, aparentemente, simple brevedad, establece una poderosa relación de identidad con la realidad, a veces abstracta, que evoca. Cuando Basho dice:
A la intemperie
se va filtrando el viento
hasta mi alma.
No está hablando solamente del viento que enfría el ambiente. Está hablando de un viento que traspasa el cuerpo y enfría el alma. Está hablando, también, y tal vez sobre todo, de un estado anímico y espiritual.
El haiku es un elemento lingüistico y estético el cual, desde la no idéntica forma –porque así lo requiere la poesía, toda vez que su función es decir o mostrar la realidad de una forma todavía no dicha- posibilita la recreación de la belleza en una triada de versos que representan el instante recogido por el poeta en ese punto del tiempo, efímero y huidizo, que la poesía eterniza a través de la magia sublime de las palabras:
Ámbar de otoño
fugaz un parpadeo
late en la sombra
Nos dice Iliana en este haiku, delicadamente evocador, donde los ocres palpitan casi en la pupila que construye, gracias a la poesía, ese pedazo de tierra donde la sombra resucita bajo el cálido otoño.
El haiku, al igual que el símbolo, refiere un elemento de realidad y permite la interrelación ubicua del lector con esa realidad ya no presente de forma concretamente real, pero sí lingüística y estéticamente auténtica. Es decir, yo puedo estar en Alaska leyendo un haiku que refiere la primavera y así la primavera se convierte en parte de mi realidad aunque afuera esté nevando. De la misma forma, hemos visitado el otoño, hace unos cuantos segundos, aquí, en el Bar las Hormigas, a través de la poesía.
Pero, además de la brevedad, el haiku se caracteriza por ser uno de los géneros donde la belleza puede ser sublime, como ya vimos, porque su obligación es penetrar los sentidos dormidos del lector y conmover su emoción de manera efectiva. Para conseguir tal conmoción, el poeta debe concentrar su atención de manera especial y captar los detalles menos visibles. Así, la contemplación se convierte, también, en un momento de asombro y aprendizaje, incluso, para el poeta que es llevado, casi sin darse cuenta, hasta los linderos de la reflexión que vierte luego, como agua fresca, sobre el papel. Así sucede con este haiku, de Iliana, bello y divertido a la vez, donde la poeta confiesa arrobada por la fuerza del instante:
Desde el estanque
me enseñaron los peces
a respirar
Puedo ver a Iliana contemplando a los peces en el estanque con suma atención, midiendo el ritmo de las bocanadas de agua que despiertan el líquido sueño del estanque. Y sonrío. La tibieza del instante y la flexible percepción de la poeta me permite ver el dulce boqueo de los peces perforando el asombro del que mira.
Encuentro, en este libro, como corresponde a las características formales del haiku, poemas que aluden, como el título dice, al agua y a la tierra. Los elementos naturales de que está mayormente formado el hombre. Dicen, los que saben, que el ser humano está formado en un 70% de agua. Y si consideramos que la tierra es el elemento que posibilita nuestra permanencia y supervivencia -ya que sobre la tierra vivimos y de la tierra comemos- entonces estamos ante un libro que nos habla de lo vital con la profundidad y compromiso que el haiku demanda, pero también con pinceladas lúdicas que aligeran, a ratos, la profundidad de los temas tocados.
Dividido en dos apartados: Agua y Tierra, este poemario nos ofrece 37 haikus en versión bilingüe, español-inglés. Un racimo de poemas que fluyen como el agua y que pueden ser leídos en un tris, pero a los que es preciso retornar para tocar tierra y pizcar la profundidad que subyace en ellos tal como cuando una gota de agua es suficiente para retornar a la vida luego de estar expuestos a un calor agobiante con la sed golpeando el cuerpo y el alma; o como cuando ponemos un pie en tierra, luego de estar postrados por un largo tiempo por enfermedad, y el peso de la huella nos devuelve al poder vivificante del andar.
Haikus de Agua y Tierra nos invita a beber el agua de la poesía y a poner el pie en el territorio cierto de la palabra dicha con arte y con saber.
Felicidades querida Iliana.
Angélica Santa Olaya
Coyocán, diciembre, 2016.
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