lunes, 13 de febrero de 2017

MORTEM* Alex Dario Rivera M

Alex Dario Rivera M (Santa Bárbara, Honduras, 1975)




A los poetas Mónica González Velázquez (México), Carlos Villalobos (Costa Rica), Chary Gumeta (México), Jorge Canales (El Salvador), Eric Doradea (El Salvador), Ariel Montoya (Nicaragua), Otoniel Guevara (El Salvador), Melissa Merlo (Honduras), Israel Serrano (Honduras), Elvin Munguía (Honduras), César Lazo (Honduras), y muchos más, por esa cercanía que la poesía ha propiciado. 



Si mis despojos son encontrados, cuando la muerte llegue puntual, 
quiero que carne y huesos míos se pudran en “El Pretil”
 viendo el culebreo del río Ulúa, y la eterna rutina de la caída del sol.




I

Salir sin zapatos al patio. Pisar los restos de humedad esparcida por la noche. Evocar la memoria de las cortezas, y elogiar el capricho de una flor aferrada a la acera. Escuchar bajo tus pies trasnochados el leve quejido de lo que se pudre, y a pesar de esa percepción sobre la muerte, intuir que la vida se multiplica, que de tus manos germinan lianas, plantas trepadoras alcanzan tu cuello, y sentir el crecimiento de raíces que se profundizan, mientras recoges con la planta de los pies, un poquito de la lluvia, que por dentro te falta.



II

Al abrir, me llenó el pecho de signos de admiración. Los signos de puntuación se escondieron en las bisagras, y en el contramarco de la vieja puerta leí un dulce prólogo escarbado en la piel de la madera. Luego, las hojas guardaron silencio, y yo sentí el deber de cerrarlas. El epílogo de la historia, fue apenas: dos signos de interrogación, el punto final de una aldaba oxidada arrojada en el suelo, y un infinito callejón por donde salir huyendo.



III

Escucho el tren de la noche acercándose a toda prisa; esta vez, al parecer, soy el único pasajero en la estación.



IV

En ocasiones, solo algunas veces, los días pasan con rapidez y las noches lentamente, o viceversa. No es asunto de solsticios o equinoccios, si no, de ausencia o compañía, de odiar o amar, de extrañar o poseer, de asma o pulmones limpios. De añorar la eternidad, o desear entrañablemente la muerte.


V

No temo a las cenizas, ni espero resurgir de ellas cual Fénix. Hoy, mis ramas secas, han comenzado arder.



VI

Quisiera borrar el mes de julio del calendario, tachar el día treinta, y que así, sin cuentas, cuentos, ni recuentos, me encuentre repentinamente la muerte. Apenas, si acaso, con un dejo de amarillento placer en la mirada, y unos cuatro recuerdos guardados en las remendadas bolsas de mi pantalón.



VII

A pesar de ser martes, y de que esa vieja sentencia de no casarse ni embarcarse aún revolotea en el palabrerío de la gente: en la mañana despedí la tristeza. La eché de la casa. Tenía cinco días conmigo; le serví un café y la acompañé al portón insinuándole la calle, el camino. Antes de despedirla, le supliqué que se olvidara de mí, que habían otros que a lo mejor bien le corresponderían. Entré a casa, extrañándola de alguna manera. Podé el jardín, leí a Erich Fromm y hurgué entre mis posesiones para recuperar la sonrisa; ésta estaba un poco estrujada, la estiré en mi rodilla para que se ajustara a mi rostro. Encajó a la perfección, de tal manera que por la tarde, con un poco de confianza salí a la calle, y guiado por el arco iris, caminé bajo la lluvia, pensando insensiblemente en ella.



VIII

Y las palabras son libélulas atrapadas en mi garganta. En ellas persiste claramente su afán de vuelo, apenas limitado por un adiós que con terquedad pasó manchando la transparencia de sus alas.


IX

Sin aguja e hilo, con viejos retazos recogidos aquí y allá, me he sentado a zurcir la tarde. Al caer la noche me acerqué al espejo. En mi ropa, no cabían más agujeros.



X

La lluvia asomó. Con sus nudillos tocó un par de veces en las tejas. Le abrí la ventana para que al menos acercara su frescura, un rocío nada más, y huraña se largó. Dejó el presentimiento dibujado en las piedras del patio. Salgo a la vieja banca, y huelo su humedad en el vientecillo que mueve las rosadas flores del napoleón. El agua hierve, el agüero canta la urgencia del café, y no se cuela, pero su olor llega a mí desde algún hueco abierto en el recuerdo de otra tarde. Ésta tarde, con su falda corta corre a prisa, con sus manos evita que le sea levantada por la brisa. Se agitan las flores amarillas cerca del portón. Desde una de sus rendijas, entra la voz anónima de siempre, anunciando que la muerte llega en punto, a recogernos el abono de la vida consumida, y que nosotros suponemos, no será el último.


*Selección


Mortem
Alex Dario Rivera M
Colección Conmemorativa X Aniversario
(miCielo ediciones, 2017)




Pulsa para escuchar el poema en la voz del autor:






Alex Dario Rivera M. (Santa Bárbara, Honduras, 1975). Licenciado en Ciencias Sociales. Gestor cultural. Colaborador para periódicos y revistas nacionales e internacionales. Narrador, poeta y ensayista. Ha publicado los poemarios: "Introspecciones extintas" y "Desde los balcones", el libro de microhistoria "SITRAMEDHYS, medio siglo de lucha", y los libros de cuentos "De fugas y acechanzas" y "Recuentos a media luz". Su obra ha sido antologada en "Honduras, sendero en resistencia", "Poetas en los confines", "Kaya Awiska, Antología del cuento hondureño", en "Antología del cuento hondureño Siglo 21", en el "Tratado mesoamericano de libre poética: ecos náhuatl Honduras-México" y en la Antología latinoamericana "Letras sin fronteras II". Ha participado en eventos académicos y literarios en México, El Salvador, Nicaragua, Panamá, Argentina, Cuba, Uruguay, Ecuador y Perú, entre otros.